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Las primeras mujeres de la Asociación de la Prensa

rtve.es – Por CAROLINA PECHARROMAN –  2/06/2020

Las primeras mujeres de la Asociación de la Prensa
Consuelo Álvarez y Carmen de Burgos cropper

A finales del siglo XIX había decenas de publicaciones dedicadas a las mujeres y ellas habían ido abriéndose hueco en la profesión pese a que no podían competir en igualdad de condiciones: no estaba bien visto que acudieran a las tertulias de los cafés o las redacciones de los periódicos, se les cerraba el acceso a las antesalas de los ministerios y otras instituciones donde se conseguían las noticias. Recordamos a las primeras socias de la Asociación de la Prensa de Madrid cuando se cumple su 125 aniversario.

El salón de actos de la Real Sociedad Económica de Amigos del País de Madrid estaba lleno, la noche del viernes 31 de mayo de 1895. Una multitud de caballeros se reunía para fundar una asociación profesional para periodistas del estilo de las que ya existían en otros países europeos pero todavía inédita en España. Estaba allí lo más granado de la profesión, 172 siluetas de barba y levita entre las que sólo había una de moño y vestido. ¿Quién era la osada que se atrevía pasadas las diez de la noche a confraternizar en una asamblea masculina? La intrépida mujer -en la época la acusarían muchas malas lenguas de descarada- se llamaba Jesusa Granda, la única señora que figura en la lista de fundadores de la Asociación de la Prensa de Madrid.

Granda tenía entonces treinta años y era periodista y profesora de pedagogía en la que más tarde sería la Escuela Nacional de Música. Escribía, entre otros, en El Correo de Gerona, El Aviso de Santander, El Liberal Navarro de Pamplona y El Globo de Madrid. Como el resto de sus compañeros, Jesusa estaba interesada en fundar una organización cuyo primer objetivo era crear un colchón asistencial protector para una profesión precaria. De hecho, pronto vieron cómo su presidente, Miguel Moya, ponía en marcha un servicio médico y de farmacia para asistir a los asociados.

Una asociación para una profesión precaria

Juan Caño, presidente de la Asociación de la Prensa de Madrid, resume así la situación de la profesión periodística en el momento: «Los puestos de trabajo eran precarios, los sueldos, míseros y los peligros, numerosos, ya que sobre la cabeza de los periodistas pendía permanentemente una espada de Damocles: la cárcel Modelo de Madrid. En Madrid se editaban hasta 34 periódicos y algunos alcanzaban tiradas considerables, como La Correspondencia, que acreditaba vender 35.000 ejemplares diarios. A pesar de ello, un puesto en su plantilla apenas suponía ingresos suficientes para proporcionar sustento a una familia media. Por eso, muchos reporteros precisaban complementar sus sueldos mediante oscuros trabajos, entre los que se encontraban frecuentemente los ataques mediante artículos a la reputación de figuras públicas. Y en este caldo de cultivo proliferaban las querellas, duelos y tragedias».

La profesión también contaba con nombres de prestigio, como José Francos Rodríguez, Mariano de Cavia, Salvador de Madariaga, Ramón J. Sénder, Eduardo Palacio Valdés o Torcuato Luca de Tena. A menudo, se había utilizado el periodismo como trampolín para actividades políticas o para acceder a determinados círculos sociales. Pero, por lo general, se conocía a los periodistas en tono despectivo como «los chicos de la prensa». Hasta 1906, once años después de la fundación de la APM, no entró ninguna otra mujer como socia. ¿No había mujeres periodistas? ¿No había «chicas de la prensa»?

Las mujeres periodistas

A finales del siglo XIX había decenas de publicaciones dedicadas a las mujeres y ellas habían ido abriéndose hueco en la profesión pese a que no podían competir en igualdad de condiciones: no estaba bien visto que acudieran a las tertulias de los cafés o las redacciones de los periódicos, se les cerraba el acceso a las antesalas de los ministerios y otras instituciones donde se conseguían las noticias. Tenían que trabajar desde casa y enviar sus textos a la publicación. Muchas firmaban con seudónimo masculino para poder publicar.

En un principio trabajaron en la prensa «femenina». Alicia Pérez de Gascuña fue la primera directora de una de esos periódicos ya en 1851. Le seguirían Margarita Pérez de Celis, Josefa Zapata, Faustina Sáez, Ángela Grassi, Pilar Sinués, Sofía Tartilán, Josefa Pujol, Carolina de Soto y Corro, Concepción Gimeno, Belén de Sárraga y un largo etcétera de directoras y, por supuesto, periodistas, en prensa femenina, cultural y también política.

«A las mujeres les costó entrar en el medio periodístico, controlado por los varones, y para hacerlo debían «camuflar» sus ideas por temor a escandalizar y provocar rechazo. Su estrategia era ser suave en las formas y contundentes en el fondo», afirma la profesora de historia contemporánea de la Universidad Autónoma de Madrid, Pilar Díaz Sánchez. Más allá de los nombres conocidos como Emilia Pardo Bazán o Concepción Arenal y de las periodistas más rompedoras, «hubo muchas como Margarita Pérez de Celis que, envolviéndose en la bandera del catolicismo, se atrevían a defender ya en la mitad del siglo XIX que las mujeres debían tener un destino más allá del matrimonio», añade Díaz Sánchez.

En 1906 por fín entraron dos mujeres en la APM. La primera, María Antonia Atocha Ossorio y Gallardo, colaboradora de El Globo y El mundo de los niños, conocía muy bien estas genealogías del periodismo femenino. Había ayudado a su padre, Manuel Ossorio y Bernard en la elaboración del «Catálogo de periodistas españoles», una obra de referencia de la historia del periodismo en la que figuran mujeres y hombres por igual. La segunda socia en ser aceptada fue Salomé Núñez Topete, Melita, colaboradora de La Correspondencia de España, El Correo y El Liberal.

Conseguir el carnet de prensa era importante en una sociedad tan machista como la de la época, como explica Juan Caño: «El ingreso en la APM suponía a principio de siglo un reconocimiento de profesionalidad y la equiparación de sexos en el ejercicio del periodismo«. Y es que las redacciones de los grandes diarios acababan de permitir que entraran las primeras mujeres en sus redacciones. Lo que les llevó a tomar esta decisión fue principalmente el interés por atraer al público lector femenino para aumentar las tiradas y las ventas. En la práctica, supuso un paso de gigante para la igualdad en la profesión y abrió las puertas al trabajo de las redactoras.

Colombine y Violeta

Es el caso de Carmen de Burgos, Colombine y Consuelo Álvarez Pool, Violeta. Fueron las dos primeras mujeres periodistas en integrarse en una redacción periodística: Colombine en la del Heraldo de Madrid y Violeta en la del diario El PaísEmpezaron escribiendo las páginas femeninas para después alzar el vuelo a temas generales. Las dos comparten una historia parecida, ambas llegaron a Madrid huyendo de matrimonios concertados y desgraciados. Las dos mantuvieron a sus hijos con ellas e intentaron sobrevivir a través del periodismo, pero tuvieron que compatibilizar la escritura con otros trabajos para llegar a fin de mes: Carmen de Burgos era maestra y Consuelo Álvarez trabajaba como telegrafista además de como periodista.

Ambas comparten también su activismo feminista y su visión internacional. Rasgos comunes a otras periodistas de la época, explica Pilar Díaz Sánchez: «Detrás de toda su actuación hay una fuente reivindicación de igualdad. Esta idea es importante porque es la base común de la que participan los movimientos sociales progresistas del momento. Las españolas reivindican a las mujeres hispanoamericanas, las que le son más cercanas, y su actividad va también dirigida al ámbito americano. Las que tienen facilidades de idioma se relacionan con las europeas en la misma línea».

Muestra de la calidad profesional y la altura intelectual de las mujeres que entraron en la Asociación de la Prensa de Madrid los años siguientes son otros dos de los nombres que obtuvieron el carnet de socia: Concha Espina Tagle además de periodista fue una destacada autora, cuya narrativa la sitúa entre las figuras más destacadas de la Generación del 98. Carmen Eva Nelken, Magda Donato, fue la pionera en España del llamado «periodismo gonzo», que consiste en infiltrarse de incógnito en un entorno para describir esa realidad con conocimiento de primera mano.

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