FAPE – 24/06/2019
La filósofa y ensayista valenciana Adela Cortina considera que las palabras tienen hoy “más importancia que nunca” en la revolución digital que estamos viviendo porque lo que camina por las redes, por las plataformas, son precisamente las palabras.
“Educar para que los usuarios de las redes las utilicen para promover valores como la libertad, la igualdad y la solidaridad, es la principal tarea de nuestras sociedades”, afirma Cortina, ganadora del Premio “Palabra 2019”, organizado por la Federación de Asociaciones de Periodistas de España (FAPE) y patrocinado íntegramente por la Fundación César Egido Serrano.
En la motivación del premio, el jurado valoró especialmente la extraordinaria contribución de Adela Cortina, con su obra y su palabra, al fomento de la convivencia, la tolerancia y la justicia, y su constante defensa de la dignidad y los derechos de las personas.
- ¿Qué importancia tiene para usted el haber sido galardonada con el Premio Palabra?
Me alegra enormemente porque el premio se otorga por fomentar el valor de la palabra como clave de convivencia ética y como forma de consolidar el sistema democrático. Es difícil encontrar mejores causas.
- ¿Cómo valora la iniciativa de la Fundación César Egido Serrano de crear este premio?
Decía Aristóteles que los seres humanos podemos formar comunidades porque tenemos “lógos”, un vocablo que se traduce como “razón” o “palabra”, y que es la palabra la que nos permite distinguir lo justo de lo injusto a través de la deliberación conjunta. También la tradición bíblica privilegia la relevancia de la palabra y de su fuerza creadora, y la tradición filosófica en la que yo trabajo habla de que la palabra es un poder, la fuerza del poder comunicativo. Me parece extraordinaria esta iniciativa de recordar la fuerza de la palabra.
- ¿Qué valor cree usted que tiene en la sociedad actual el uso de la palabra para la concordia y frente a toda violencia?
Las palabras son muy vulnerables, están en nuestras manos y podemos utilizarlas para construir un mundo mejor desde la veracidad y el afán de encontrar acuerdos justos, o podemos usarlas para manipular estratégicamente las emociones ajenas y sacar réditos individuales, partidistas, económicos o sociales, sin tener en cuenta en absoluto el mal causado. Por eso es tan importante la educación moral de las personas, que somos las que nos servimos de las palabras para fomentar una convivencia justa o para promover la discordia.
- ¿Considera que iniciativas de este tipo ayudan a que la sociedad civil tome conciencia de la necesidad de defender los derechos y la dignidad de las personas?
Recordar que los seres humanos no somos individuos aislados, sino personas en diálogo, dotadas de igual dignidad, y, por lo tanto, que a través de ese uso dialógico de la palabra es como hemos de construir nuestro mundo, es una excelente ayuda para crear conciencia.
- Usted acuñó una nueva palabra, aporofobia, para definir el odio de los pobres. ¿Cuánto puede ayudar una palabra a promover la convivencia, la tolerancia, el respeto a los otros y el compromiso de ayudar a los más necesitados?
La palabra “aporofobia” significa, en efecto, rechazo al pobre, y la importancia de contar con ella consiste en reconocer la existencia de esa patología social, porque existe el rechazo al pobre. Pero además permite tomar posición frente a esa realidad y decidir si nos parece admisible o si, por el contrario, hay que acabar con ella porque atenta contra la dignidad humana y socava las bases de la democracia.
- ¿Tienen fuerza e influencia las palabras en un mundo que está viviendo una acelerada revolución digital que pone patas arriba muchos valores asentados?
Precisamente porque se ha producido esa revolución las palabras tienen más importancia que nunca, porque lo que camina por las redes, por las plataformas, son las palabras. Educar para que los usuarios de las redes las utilicen para promover valores como la libertad, la igualdad y la solidaridad, es la principal tarea de nuestras sociedades.
- ¿Cuál es o cual debería ser el peso de la palabra en la política para superar momentos de crisis, de tensión y de bronca?
El peso consistiría en tomar en serio que “hablar” es actuar, es comprometerse con lo que se dice y, por lo tanto, responsabilizarse de cumplir los compromisos. Si en política y en las demás dimensiones de la vida asumiéramos el valor de compromiso que tiene la palabra, se hablaría mucho menos y sobre todo mucho mejor.
- Usted es una defensora de la necesidad de que hagamos un periodismo riguroso, con noticias verificadas, contrastadas con fuentes fiables y apegadas a valores éticos, que sirva de contrapeso a la proliferación de noticias falsas que se han multiplicado con las redes. ¿Cómo debemos combatir este fenómeno?
Apostando por un periodismo profesional, que tenga muy en cuenta la meta que legitima y da sentido a la actividad periodística: ayudar a aumentar la libertad de las personas, ofreciendo informaciones contrastadas, opiniones razonables e interpretaciones plausibles, distinguiendo entre información y opinión, y posibilitando la libre expresión de los profesionales y la ciudadanía. En suma, cultivar una opinión pública razonable, de modo que se construya público, y no masa. Éste es, creo yo, el núcleo de lo que considero un periodismo imprescindible.
- Hablando de la revolución digital, ¿es distinta la ética que aplicamos los periodistas en la prensa tradicional de la prensa digital? ¿No le parece que se ha instalado en el periodismo una idea de que la ética digital es distinta de la ética impresa?
Sí, se ha instalado esa idea, pero es una idea equivocada. La ética informativa debe ser la misma en formato digital y en papel. Lo que sucede es que las plataformas digitales no tienen como base la búsqueda de la verdad, sino proporcionar a los usuarios experiencias atractivas para acumular suscriptores. Por eso sigue siendo necesario el periodismo profesional, sea cual fuere el medio por el que se transmite.
- Una de sus grandes preocupaciones es la desigualdad que impera en nuestras sociedades. ¿Qué medidas tienen que adoptar los gobernantes para atacar este problema?
Asumir que la meta de la política, local, nacional e internacional, consiste en poner las bases de justicia necesarias para que las personas puedan desarrollar sus proyectos de vida feliz. Lo cual en este siglo XXI exige como mínimo construir una ciudadanía social cosmopolita. Es decir, que todos los seres humanos vean protegidos sus derechos de primera y segunda generación. Obviamente, queda mucho camino por andar, pero es una tarea irrenunciable.